Fuente: El País.
“La interpol acaba de anunciar que ha rescatado a 48 niños víctimas de tráfico a principios de este mes en San Pedro, en Costa de Marfil”, señala desde Copenhague y vía telefónica el periodista danés Miki Mistrati. “Hershey, uno de los gigantes de la industria chocolatera, anunció hace nada la creación de 13 escuelas en el país. Pero, ¿qué son 13 escuelas frente a 200.000 niños trabajando, según UNICEF, y 30.000 traficados?”.
El trabajo infantil protagonizó en el pasado muchos titulares de la prensa especializada en la región y promovió acciones bienintencionadas, aunque en muchos casos contraproducentes en las agendas de oenegés y fundaciones. Plantaciones como la de Petit Bonduku, por ejemplo, se trufan de carteles en los que se certifica que no hay niños empleados en el cultivo del cacao a fin de espantar un posible boicot de organizaciones, reportajes negativos en medios de comunicación o sanciones del Gobierno.
La periodista Órla Ryan firmó en el año 2011 Chocolate nations: living and dying for cocoa in West Africa, un amplio y documentado texto político, económico y social en el que se explayó, entre otras cuestiones, sobre las denuncias de esclavitud y trabajo infantil. Contrastando diversas fuentes y documentos, Ryan llegó a la conclusión de que existe un grave problema de incomprensión del ámbito agrícola de países como Costa de Marfil o Ghana, que se materializa en un boicot al cacao basado en falsas premisas, además de tremendamente pernicioso para las sociedades dependientes de él.
El libro de Ryan no quitó hierro a los evidentes y minoritarios casos de tráfico de niños ni a la falta de interés de la industria chocolatera o los gobiernos de la región en controlar el trabajo infantil en las plantaciones ni a las peligrosas condiciones laborales en el ámbito del cultivo del cacao, especialmente para los niños. Sin embargo, la periodista del Financial Times también puntualizó que la tasa de escolarización de los niños en las zonas productoras de cacao es más elevada que otras partes del país y que suele tratarse de familiares enrolados para hacer frente a la explotación de pequeños cultivos que apenas dan para sobrevivir.
“En la práctica, el uso de los términos esclavitud o tráfico para describir la migración de niños que buscan trabajo oscurece una realidad cultural compleja”, apunta Ryan en su libro. Entre el 90 y el 95% del cacao mundial es producido por pequeños agricultores en plantaciones que apenas llegan a las tres hectáreas. La producción es baja o muy baja y los agricultores más pobres pueden ganar poco más de 500 dólares al año, algo que convierte en misión casi imposible la mera supervivencia y que dificulta la contratación de trabajadores, la compra de fertilizantes o inversiones para mejorar la producción. En un escenario de este tipo, lo normal es que el pequeño agricultor opte por utilizar a sus hijos y a los niños de la familia y la comunidad en los campos.
“La interpol acaba de anunciar que ha rescatado a 48 niños víctimas de tráfico a principios de este mes en San Pedro, en Costa de Marfil”, señala desde Copenhague y vía telefónica el periodista danés Miki Mistrati. “Hershey, uno de los gigantes de la industria chocolatera, anunció hace nada la creación de 13 escuelas en el país. Pero, ¿qué son 13 escuelas frente a 200.000 niños trabajando, según UNICEF, y 30.000 traficados?”.
El trabajo infantil protagonizó en el pasado muchos titulares de la prensa especializada en la región y promovió acciones bienintencionadas, aunque en muchos casos contraproducentes en las agendas de oenegés y fundaciones. Plantaciones como la de Petit Bonduku, por ejemplo, se trufan de carteles en los que se certifica que no hay niños empleados en el cultivo del cacao a fin de espantar un posible boicot de organizaciones, reportajes negativos en medios de comunicación o sanciones del Gobierno.
La periodista Órla Ryan firmó en el año 2011 Chocolate nations: living and dying for cocoa in West Africa, un amplio y documentado texto político, económico y social en el que se explayó, entre otras cuestiones, sobre las denuncias de esclavitud y trabajo infantil. Contrastando diversas fuentes y documentos, Ryan llegó a la conclusión de que existe un grave problema de incomprensión del ámbito agrícola de países como Costa de Marfil o Ghana, que se materializa en un boicot al cacao basado en falsas premisas, además de tremendamente pernicioso para las sociedades dependientes de él.
El libro de Ryan no quitó hierro a los evidentes y minoritarios casos de tráfico de niños ni a la falta de interés de la industria chocolatera o los gobiernos de la región en controlar el trabajo infantil en las plantaciones ni a las peligrosas condiciones laborales en el ámbito del cultivo del cacao, especialmente para los niños. Sin embargo, la periodista del Financial Times también puntualizó que la tasa de escolarización de los niños en las zonas productoras de cacao es más elevada que otras partes del país y que suele tratarse de familiares enrolados para hacer frente a la explotación de pequeños cultivos que apenas dan para sobrevivir.
“En la práctica, el uso de los términos esclavitud o tráfico para describir la migración de niños que buscan trabajo oscurece una realidad cultural compleja”, apunta Ryan en su libro. Entre el 90 y el 95% del cacao mundial es producido por pequeños agricultores en plantaciones que apenas llegan a las tres hectáreas. La producción es baja o muy baja y los agricultores más pobres pueden ganar poco más de 500 dólares al año, algo que convierte en misión casi imposible la mera supervivencia y que dificulta la contratación de trabajadores, la compra de fertilizantes o inversiones para mejorar la producción. En un escenario de este tipo, lo normal es que el pequeño agricultor opte por utilizar a sus hijos y a los niños de la familia y la comunidad en los campos.
Ryan habló con agricultores que perdieron sus plantaciones por una enfermedad o un entierro y que luchan por mantenerse a flote en un universo en el que sobreviven en condiciones de precariedad asfixiante, sin cuenta bancaria y sometidos a la usura de prestamistas locales. La mayoría de los pequeños productores viven al día y el más pequeño contratiempo puede hundir su delicada economía de subsistencia. En este contexto, el trabajo familiar, comprendido el infantil, es lo que mantiene en pie a muchas explotaciones. Sin él, los pequeños productores no podrían recolectar el cacao ni cultivarlo.
A finales del año 2014, Miki Mistrati viajó a la región para grabar su documental The Dark Side of Chocolate.
“El trabajo infantil en las plantaciones de cacao marfileñas crece por la simple razón de que los países vecinos son muy pobres”, señala Mistrati por teléfono desde Copenhague. “Sobre todo, Mali, Burkina y Togo. Hay una parte de los niños que trabajan en esas plantaciones que, efectivamente, son marfileños y van a la escuela. Que ayudan a sus familias al salir de clase. Pero también hay un gran problema con niños que vienen de países vecinos y a los que sus padres no pueden mantener. Y es algo flagrante, que se nota a simple vista sobre el terreno. Estamos hablando de esclavitud en pleno año 2015”.
El periodista marfileño Ange Aboa ha trabajado también sobre el tema y puntualiza que desde el final de la última crisis marfileña, en abril de 2011, no existen controles efectivos en la frontera norte ni incluso en las carreteras del país. Ahora más que nunca, los traficantes de niños no tienen problemas para hacerles llegar desde Burkina a las plantaciones.
Hay un gran problema con niños que vienen de países vecinos y a los que sus padres no pueden mantener
“La industria chocolatera hace algo, pero muy poco comparado a los problemas que existen sobre el terreno”, concede Mistrati. “Si dijeran que hacen un poco y que quieren hacer más, aceptaría sus argumentos, pero dicen que hacen mucho. El Gobierno marfileño también debería hacer más. Si el 40% del cacao que se consume en el mundo viene de un país, ese país tiene poder para hacer presión. Pero me parece que están en el bolsillo de la industria y que no se centran en el aspecto social del cacao. Hay grandes palabras huecas. Detrás de ellas, nada, en mi opinión”.
Aboa coincide con Mistrati y afirma que no hay un cambio real en la situación de la infancia en el sector del cacao, “porque los proyectos y programas que se han puesto en marcha se ocupan de la productividad de las plantaciones y eso concierne a la certificación y no a la lucha contra el trabajo infantil”. Aboa razona que la lógica de los empresas que compran el cacao, en su mayoría grandes multinacionales, es que es necesario que el campesino produzca más para que gane también más dinero y pueda contratar mano de obra especializada y adulta. El discurso de Mistrati también va más allá del apoyo a la productividad del agricultor: sugiere que para acabar con esta lacra hay que incidir en la financiación de las escuelas y el apoyo a las familias que se dedican al cultivo.
“La Universidad Tulane sacará un informe a finales de este mes según el que el trabajo infantil progresa a pesar de la lucha contra él y de los programas en acción. No hay realmente una acción del Gobierno, la CCC o los chocolateros para mejorar las cosas”, subraya, pesimista, Ange Aboa.
A finales del año 2014, Miki Mistrati viajó a la región para grabar su documental The Dark Side of Chocolate.
“El trabajo infantil en las plantaciones de cacao marfileñas crece por la simple razón de que los países vecinos son muy pobres”, señala Mistrati por teléfono desde Copenhague. “Sobre todo, Mali, Burkina y Togo. Hay una parte de los niños que trabajan en esas plantaciones que, efectivamente, son marfileños y van a la escuela. Que ayudan a sus familias al salir de clase. Pero también hay un gran problema con niños que vienen de países vecinos y a los que sus padres no pueden mantener. Y es algo flagrante, que se nota a simple vista sobre el terreno. Estamos hablando de esclavitud en pleno año 2015”.
El periodista marfileño Ange Aboa ha trabajado también sobre el tema y puntualiza que desde el final de la última crisis marfileña, en abril de 2011, no existen controles efectivos en la frontera norte ni incluso en las carreteras del país. Ahora más que nunca, los traficantes de niños no tienen problemas para hacerles llegar desde Burkina a las plantaciones.
Hay un gran problema con niños que vienen de países vecinos y a los que sus padres no pueden mantener
“La industria chocolatera hace algo, pero muy poco comparado a los problemas que existen sobre el terreno”, concede Mistrati. “Si dijeran que hacen un poco y que quieren hacer más, aceptaría sus argumentos, pero dicen que hacen mucho. El Gobierno marfileño también debería hacer más. Si el 40% del cacao que se consume en el mundo viene de un país, ese país tiene poder para hacer presión. Pero me parece que están en el bolsillo de la industria y que no se centran en el aspecto social del cacao. Hay grandes palabras huecas. Detrás de ellas, nada, en mi opinión”.
Aboa coincide con Mistrati y afirma que no hay un cambio real en la situación de la infancia en el sector del cacao, “porque los proyectos y programas que se han puesto en marcha se ocupan de la productividad de las plantaciones y eso concierne a la certificación y no a la lucha contra el trabajo infantil”. Aboa razona que la lógica de los empresas que compran el cacao, en su mayoría grandes multinacionales, es que es necesario que el campesino produzca más para que gane también más dinero y pueda contratar mano de obra especializada y adulta. El discurso de Mistrati también va más allá del apoyo a la productividad del agricultor: sugiere que para acabar con esta lacra hay que incidir en la financiación de las escuelas y el apoyo a las familias que se dedican al cultivo.
“La Universidad Tulane sacará un informe a finales de este mes según el que el trabajo infantil progresa a pesar de la lucha contra él y de los programas en acción. No hay realmente una acción del Gobierno, la CCC o los chocolateros para mejorar las cosas”, subraya, pesimista, Ange Aboa.
Comentarios
Publicar un comentario