Fuente: políticaexterior.com
ASBEL BOHIGUES
Es común aceptar que el giro a la izquierda en América Latina comienza en 1998, con la victoria en las elecciones presidenciales de Hugo Chávez en Venezuela, dando fin al puntofijismo e iniciando un nuevo ciclo en toda la región. Si algo caracteriza a este ciclo de la política latinoamericana es la centralidad de grandes líderes. El escenario de batalla del giro a la izquierda fueron las elecciones presidenciales: ganada la presidencia, el país entraba en el bloque de la izquierda.
Ahora comienza a hablarse del fin de ese ciclo y el inicio de otro, y surgen algunos contrastes. Este nuevo ciclo aún por caracterizar no tiene, de momento, las características definitorias del anterior: ni hay líderes de masas, ni son las elecciones presidenciales el único campo de batalla. Bien valen un referéndum, unimpeachment o unas elecciones legislativas. Y en lugar de grandes líderes, lo que está venciendo a la izquierda latinoamericana son alianzas de partidos, candidatos y movimientos: Mauricio Macri y la Propuesta Republicana con la Unión Cívica Radical, la oposición del Congreso contra Dilma Rousseff y sus últimos aliados, y el ejemplo más icónico de todos: la victoria de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en Venezuela en las elecciones legislativas de 2015.
Pareciera que para acabar con ciertos gobiernos, la oposición se vea obligada formar alianzas para sumar fuerzas y así poder derrotar al oficialismo. Que se tengan que formar este tipo de coaliciones para vencer a la izquierda deja clara la fuerza y arraigo de esta en la sociedad, tras más de una década en el poder ylos precios de las materias primas en auge. Se hace necesaria la unión de todos contra el oficialismo.
Estas alianzas tienen un espíritu de coalición negativa; esto es, les une la oposición a lo que hay. Si algo define a la MUD, más allá de etiquetas partidistas o ideológicas, es el antichavismo. Para las elecciones legislativas de diciembre de 2015, la oposición venezolana se presentó con una única tarjeta, tratando de dar imagen de unidad para así vencer al chavismo. El resultado fue una importante victoria y el control de dos tercios de los escaños en el legislativo.
En principio, formar coaliciones negativas es relativamente sencillo. La dificultad viene al transformarlas en positivo, cuando se pasa de la oposición a la proposición. La dificultad no sería tanto destituir a Rousseff como que el hoy presidente de Brasil, Michel Temer, garantice la gobernabilidad hasta la celebración de las elecciones de 2018. Lo mismo vale para el caso venezolano.
Venezuela tiene una característica extra que la hace todavía más interesante: además de tratarse del icono del giro a la izquierda, el ALBA y el Socialismo del siglo XXI, la nueva situación política ha puesto en clara oposición a dos poderes del Estado con voluntad popular directa: el ejecutivo y el legislativo. Esto puede suponer un auténtico bloqueo institucional y causa de desestabilización política, principal temor de Juan Linz al analizar los efectos del presidencialismo.
Así, por un lado, en Venezuela tenemos una coalición en negativo, controlando el poder legislativo, pujante porque hace siete años la oposición ni tan solo tenía representación parlamentaria y ahora controla dos tercios de las bancas. Por otro, la presidencia está en manos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y legisla mediante leyes habilitantes, con clara minoría parlamentaria y un líder lejos del carisma y poder movilizador de Chávez.
En la actualidad, la MUD está promoviendo la celebración de un referéndum revocatorio sobre la continuidad del presidente, Nicolás Maduro. De hecho, el actual presidente de la Asamblea, Henry Ramos, afirmó en las primeras fases de la recogida de firmas que pretenden ayudar al gobierno a “bien morir”. Tras meses de retrasos en los plazos, recogidas de firmas y marchas, el CNE ha declarado que con toda seguridad el revocatorio se celebrará en 2017. Una derrota para la MUD: si el revocatorio se realiza en 2016 y gana la opción de revocar a Maduro, habría que convocar nuevas elecciones presidenciales, que todos asumen ganaría un candidato de la MUD. Sin embargo, si el referéndum revocatorio se celebra en 2017, y de acuerdo con la Constitución venezolana, al haber pasado ya más de cuatro años del mandato presidencial (iniciado en 2013 todavía con Chávez), el presidente sería removido y ocuparía su cargo el vicepresidente.
Así el país se puede encontrar ante dos escenarios. En el primero, el revocatorio se realiza antes del 31 de diciembre de 2016, Maduro pierde la votación, se celebran elecciones presidenciales y la MUD las gana. El PSUV pasa a la oposición por primera vez, y la MUD tiene bajo su control el poder legislativo y ejecutivo. En el segundo, el revocatorio se celebra en 2017, Maduro pierde la votación, ocupa la presidencia el vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, y sigue el equilibrio inestable entre ejecutivo-legislativo como mínimo hasta las próximas presidenciales de 2018.
En realidad, casi nadie se plantea que el revocatorio pueda ganarlo el oficialismo y Maduro acabe su mandato. En ese sentido, no existe un escenario tres, en el que Maduro gana el revocatorio, sea en 2016 o 2017. Desde la oposición tienen asumido que si el gobierno está retrasando la votación es porque sabe que la va a perder.
En el primer escenario, el PSUV pierde todo el poder acumulado tras más de 17 años en el poder: cae Maduro y caen todos. En el segundo, solo cae Maduro y la oposición ha de esperar dos años más para enfrentarse en las urnas de nuevo al chavismo. En cualquier caso, parece que Maduro es, de todos los implicados, el actor que más probablemente vea terminada su carrera política.
Con una popularidad cercana al 20%, Maduro podría acabar convirtiéndose en una suerte de cortafuegos, en especial en el primer escenario, y salvar al partido. No hace falta recordar que Venezuela atraviesa una coyuntura muy complicada, con una economía en caída libre. Un PSUV en la oposición, sin Maduro, podría recomponerse y hacer frente en unas futuras elecciones a una MUD que por primera vez tenga que gobernar y gestionar un país (en crisis). En el segundo escenario, el PSUV tendrá que seguir gobernando dos años más con una Asamblea hostil y una economía cercana al colapso.
Nadie duda de que el revocatorio se celebrará, más temprano que tarde. Y nadie duda de que, cuando se celebre, Maduro perderá. Cabría recordar que en democracia no pueden darse por sentados los resultados, véanse si no los “inesperados” Brexit y el No en Colombia. Más allá de vaticinios y certezas electorales, lo cierto es que en este proceso, que lleva ya varios meses en marcha, la oposición tiene mucho que ganar, y el PSUV mucho que perder, pero el presidente Maduro podría perderlo todo.
ASBEL BOHIGUES
Es común aceptar que el giro a la izquierda en América Latina comienza en 1998, con la victoria en las elecciones presidenciales de Hugo Chávez en Venezuela, dando fin al puntofijismo e iniciando un nuevo ciclo en toda la región. Si algo caracteriza a este ciclo de la política latinoamericana es la centralidad de grandes líderes. El escenario de batalla del giro a la izquierda fueron las elecciones presidenciales: ganada la presidencia, el país entraba en el bloque de la izquierda.
Ahora comienza a hablarse del fin de ese ciclo y el inicio de otro, y surgen algunos contrastes. Este nuevo ciclo aún por caracterizar no tiene, de momento, las características definitorias del anterior: ni hay líderes de masas, ni son las elecciones presidenciales el único campo de batalla. Bien valen un referéndum, unimpeachment o unas elecciones legislativas. Y en lugar de grandes líderes, lo que está venciendo a la izquierda latinoamericana son alianzas de partidos, candidatos y movimientos: Mauricio Macri y la Propuesta Republicana con la Unión Cívica Radical, la oposición del Congreso contra Dilma Rousseff y sus últimos aliados, y el ejemplo más icónico de todos: la victoria de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en Venezuela en las elecciones legislativas de 2015.
Pareciera que para acabar con ciertos gobiernos, la oposición se vea obligada formar alianzas para sumar fuerzas y así poder derrotar al oficialismo. Que se tengan que formar este tipo de coaliciones para vencer a la izquierda deja clara la fuerza y arraigo de esta en la sociedad, tras más de una década en el poder ylos precios de las materias primas en auge. Se hace necesaria la unión de todos contra el oficialismo.
Estas alianzas tienen un espíritu de coalición negativa; esto es, les une la oposición a lo que hay. Si algo define a la MUD, más allá de etiquetas partidistas o ideológicas, es el antichavismo. Para las elecciones legislativas de diciembre de 2015, la oposición venezolana se presentó con una única tarjeta, tratando de dar imagen de unidad para así vencer al chavismo. El resultado fue una importante victoria y el control de dos tercios de los escaños en el legislativo.
En principio, formar coaliciones negativas es relativamente sencillo. La dificultad viene al transformarlas en positivo, cuando se pasa de la oposición a la proposición. La dificultad no sería tanto destituir a Rousseff como que el hoy presidente de Brasil, Michel Temer, garantice la gobernabilidad hasta la celebración de las elecciones de 2018. Lo mismo vale para el caso venezolano.
Venezuela tiene una característica extra que la hace todavía más interesante: además de tratarse del icono del giro a la izquierda, el ALBA y el Socialismo del siglo XXI, la nueva situación política ha puesto en clara oposición a dos poderes del Estado con voluntad popular directa: el ejecutivo y el legislativo. Esto puede suponer un auténtico bloqueo institucional y causa de desestabilización política, principal temor de Juan Linz al analizar los efectos del presidencialismo.
Así, por un lado, en Venezuela tenemos una coalición en negativo, controlando el poder legislativo, pujante porque hace siete años la oposición ni tan solo tenía representación parlamentaria y ahora controla dos tercios de las bancas. Por otro, la presidencia está en manos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y legisla mediante leyes habilitantes, con clara minoría parlamentaria y un líder lejos del carisma y poder movilizador de Chávez.
En la actualidad, la MUD está promoviendo la celebración de un referéndum revocatorio sobre la continuidad del presidente, Nicolás Maduro. De hecho, el actual presidente de la Asamblea, Henry Ramos, afirmó en las primeras fases de la recogida de firmas que pretenden ayudar al gobierno a “bien morir”. Tras meses de retrasos en los plazos, recogidas de firmas y marchas, el CNE ha declarado que con toda seguridad el revocatorio se celebrará en 2017. Una derrota para la MUD: si el revocatorio se realiza en 2016 y gana la opción de revocar a Maduro, habría que convocar nuevas elecciones presidenciales, que todos asumen ganaría un candidato de la MUD. Sin embargo, si el referéndum revocatorio se celebra en 2017, y de acuerdo con la Constitución venezolana, al haber pasado ya más de cuatro años del mandato presidencial (iniciado en 2013 todavía con Chávez), el presidente sería removido y ocuparía su cargo el vicepresidente.
Así el país se puede encontrar ante dos escenarios. En el primero, el revocatorio se realiza antes del 31 de diciembre de 2016, Maduro pierde la votación, se celebran elecciones presidenciales y la MUD las gana. El PSUV pasa a la oposición por primera vez, y la MUD tiene bajo su control el poder legislativo y ejecutivo. En el segundo, el revocatorio se celebra en 2017, Maduro pierde la votación, ocupa la presidencia el vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, y sigue el equilibrio inestable entre ejecutivo-legislativo como mínimo hasta las próximas presidenciales de 2018.
En realidad, casi nadie se plantea que el revocatorio pueda ganarlo el oficialismo y Maduro acabe su mandato. En ese sentido, no existe un escenario tres, en el que Maduro gana el revocatorio, sea en 2016 o 2017. Desde la oposición tienen asumido que si el gobierno está retrasando la votación es porque sabe que la va a perder.
En el primer escenario, el PSUV pierde todo el poder acumulado tras más de 17 años en el poder: cae Maduro y caen todos. En el segundo, solo cae Maduro y la oposición ha de esperar dos años más para enfrentarse en las urnas de nuevo al chavismo. En cualquier caso, parece que Maduro es, de todos los implicados, el actor que más probablemente vea terminada su carrera política.
Con una popularidad cercana al 20%, Maduro podría acabar convirtiéndose en una suerte de cortafuegos, en especial en el primer escenario, y salvar al partido. No hace falta recordar que Venezuela atraviesa una coyuntura muy complicada, con una economía en caída libre. Un PSUV en la oposición, sin Maduro, podría recomponerse y hacer frente en unas futuras elecciones a una MUD que por primera vez tenga que gobernar y gestionar un país (en crisis). En el segundo escenario, el PSUV tendrá que seguir gobernando dos años más con una Asamblea hostil y una economía cercana al colapso.
Nadie duda de que el revocatorio se celebrará, más temprano que tarde. Y nadie duda de que, cuando se celebre, Maduro perderá. Cabría recordar que en democracia no pueden darse por sentados los resultados, véanse si no los “inesperados” Brexit y el No en Colombia. Más allá de vaticinios y certezas electorales, lo cierto es que en este proceso, que lleva ya varios meses en marcha, la oposición tiene mucho que ganar, y el PSUV mucho que perder, pero el presidente Maduro podría perderlo todo.
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