Fuente: ZUR.
![](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_vYxfYYe2Lz5Ws1OTkDhwfWACGGuBUBEkYjpOim4zFoEjPwviz4tMl7EngKIyKr1bpwSoATPx1cgCH24BDZzqq1FQfF8zkVjTckBBl1160wqS9l9KPsbh0AJ8u_NLsxgo8Y6Z3mIBSv8yH7Y2yzZMMw5krP5VahHmQZlcw76gVPSCWbDGaeAcJobqgyvq8lakIvqKUfFgOEjaIhTdAb6YItkA=s0-d)
Por: Alicia Migliaro
El sábado murió Pablo Carlevaro. La noticia llegó volando y la tarde se nos puso triste. El rector de la FEUU, el decano libertario, viejo provocador sembrando ideas en cabezas jóvenes. La Universidad que él soñaba estaba a leguas de la Universidad que tenía, el mundo que quería más lejos aún del que pisaba. Por eso nos enseñó a amar a ambos, con pasión de justicia y radicalidad de ideas.
Pablo Carlevaro nació el 25 de diciembre de 1927. Ingresó a Facultad de Medicina en 1947 donde se integró activamente a la militancia estudiantil en la Asociación de los Estudiantes de Medicina (AEM) y en la FEUU. Militó por el Hospital Universitario y la Ley Orgánica de 1958. “Obreros y estudiantes unidos y adelante” y la Universidad de la República conquistó la autonomía y el cogobierno que vibraba en la universidad latinoamericana. En 1962 obtiene el cargo de Profesor Titular y en 1969 es electo Decano de Facultad de Medicina, hasta que, en 1973, la dictadura cívico-militar lo obliga a dejar su cargo y a exiliarse del país.
Diez, trece, catorce años atrás... la casa de la FEUU, un congreso de estudiantes de extensión, el APEX. Teníamos la rebeldía de nuestros veintipocos y el dolor de un país que desnudaba una crisis socioeconómica que pegaba duro allí donde menos había. La ronda de sillas desordenadas, los pies balanceándose inquietos, los mates que pasaban a contramano, la urgencia en nuestras palabras. Hablabas, y una vez y otra vez y otra más, la palabra profunda y cadenciosa vibraba en el tímpano y mientras, nosotros y nosotras, aprendíamos del afecto y de la humildad; de un historia que también era la nuestra, de las rebeldías que se saltan generaciones, y de las luchas que nos reclamaban. Aprendimos a gritar, más y más fuerte.
En 1985 retorna del exilio y es reintegrado a su cargo como Decano de Facultad de Medicina, cargo que ejerció hasta 1992. Ese mismo año se concreta la fundación del Programa APEX-Cerro -aprendizaje y extensión- en el corazón del barrio obrero. Al igual que la reforma del plan de estudio del '68 o la docencia en comunidad, viejos sueños pergeniados al calor de una misma convicción: la Universidad debe mirar de frente al pueblo. Si la causa exige, la apuesta es grande; la extensión como guía política de un accionar universitario que se sepa capaz de no disociar el compromiso social de la calidad académica.
Cuatro meses, uno, tres, seis años atrás... Cualquier palestra en cualquier facultad, una conferencia, el homenaje en el EXTENSO, la charla debate de los docentes de extensión. Estábamos haciendo, habíamos hecho y siempre había algo más por hacer. La vocación universitaria y militante nos empujaba adelante. Escuchábamos, preguntábamos, pensábamos y deambulábamos. Invitarte a una charla era saber donde arrancábamos, pero nunca a donde terminaríamos, hasta donde nos provocarían tus ideas y nuestras inquietudes, hasta donde podríamos pensar juntos, acordando o disintiendo, pero juntos. Tus manos se movían, se agitaban en el aire, acercaban y alejaban el micrófono. Ritmaban la crítica, el tono y las pasiones. Entre la alegría y el enojo, el tezón del compromiso. Aprendimos que las manos hacen, sienten y piensan; guían, sostienen y enseñan.
Su forma de ser universitario era una y solo una. Ser universitario es asumir el compromiso de saber mucho de algo sabiendo del mundo en que vivimos, sus encantos, injusticias, sinsabores y alegrías. No viene una cosa primero y otra después, el título no regala nada que no se coseche en una formación crítica, comprometida, sensible. No hay ciencia que no sea humana ni saber que no sea político, por lo tanto ser universitario es saber de crítica y autocrítica, de pensar cómo, por qué y para qué se hace lo que se hace y se piensa lo que se piensa. Es poner el conocimiento al servicio de la transformación
Un día cualquiera nos cruzamos en la calle. Un detalle del azar nos encontró en un abrir y cerrar de puerta. “¡Pablo! ¿Cómo andas?”. Los ojos chiquitos y chispeantes me miraron. No supe si me reconociste en nombre y seña pero tampoco me importó. “¿Cómo estas querida?”. “Bien, todo bien, y me alegro”, en genuino afecto del saludo de ocasión. Un abrazo, una sonrisa y me volviste a mirar. Me mirabas a mí y a muchos otros y otras, mirabas acá y más allá. Y en ese segundo, una vez más, nos enseñaba a mirar más lejos... siempre un poco más allá.
En los 75 aniversarios de la FEUU1, entre León Felipe, el Quijote y Carlos Quijano, nos advertías de los peligros de una universidad cuando deja de soñar y nos invitabas a rencontrar la belleza de los desafíos políticos que teníamos por delante. Buscar la belleza rebelde que traemos del sueño, la que está frente y detrás de nosotros, sobre y encima, buscarla y avanzar.
Te vamos a recordar, avanzando.
¡Salú Pablo!
Pablo Carlevaro nació el 25 de diciembre de 1927. Ingresó a Facultad de Medicina en 1947 donde se integró activamente a la militancia estudiantil en la Asociación de los Estudiantes de Medicina (AEM) y en la FEUU. Militó por el Hospital Universitario y la Ley Orgánica de 1958. “Obreros y estudiantes unidos y adelante” y la Universidad de la República conquistó la autonomía y el cogobierno que vibraba en la universidad latinoamericana. En 1962 obtiene el cargo de Profesor Titular y en 1969 es electo Decano de Facultad de Medicina, hasta que, en 1973, la dictadura cívico-militar lo obliga a dejar su cargo y a exiliarse del país.
Diez, trece, catorce años atrás... la casa de la FEUU, un congreso de estudiantes de extensión, el APEX. Teníamos la rebeldía de nuestros veintipocos y el dolor de un país que desnudaba una crisis socioeconómica que pegaba duro allí donde menos había. La ronda de sillas desordenadas, los pies balanceándose inquietos, los mates que pasaban a contramano, la urgencia en nuestras palabras. Hablabas, y una vez y otra vez y otra más, la palabra profunda y cadenciosa vibraba en el tímpano y mientras, nosotros y nosotras, aprendíamos del afecto y de la humildad; de un historia que también era la nuestra, de las rebeldías que se saltan generaciones, y de las luchas que nos reclamaban. Aprendimos a gritar, más y más fuerte.
En 1985 retorna del exilio y es reintegrado a su cargo como Decano de Facultad de Medicina, cargo que ejerció hasta 1992. Ese mismo año se concreta la fundación del Programa APEX-Cerro -aprendizaje y extensión- en el corazón del barrio obrero. Al igual que la reforma del plan de estudio del '68 o la docencia en comunidad, viejos sueños pergeniados al calor de una misma convicción: la Universidad debe mirar de frente al pueblo. Si la causa exige, la apuesta es grande; la extensión como guía política de un accionar universitario que se sepa capaz de no disociar el compromiso social de la calidad académica.
Cuatro meses, uno, tres, seis años atrás... Cualquier palestra en cualquier facultad, una conferencia, el homenaje en el EXTENSO, la charla debate de los docentes de extensión. Estábamos haciendo, habíamos hecho y siempre había algo más por hacer. La vocación universitaria y militante nos empujaba adelante. Escuchábamos, preguntábamos, pensábamos y deambulábamos. Invitarte a una charla era saber donde arrancábamos, pero nunca a donde terminaríamos, hasta donde nos provocarían tus ideas y nuestras inquietudes, hasta donde podríamos pensar juntos, acordando o disintiendo, pero juntos. Tus manos se movían, se agitaban en el aire, acercaban y alejaban el micrófono. Ritmaban la crítica, el tono y las pasiones. Entre la alegría y el enojo, el tezón del compromiso. Aprendimos que las manos hacen, sienten y piensan; guían, sostienen y enseñan.
Su forma de ser universitario era una y solo una. Ser universitario es asumir el compromiso de saber mucho de algo sabiendo del mundo en que vivimos, sus encantos, injusticias, sinsabores y alegrías. No viene una cosa primero y otra después, el título no regala nada que no se coseche en una formación crítica, comprometida, sensible. No hay ciencia que no sea humana ni saber que no sea político, por lo tanto ser universitario es saber de crítica y autocrítica, de pensar cómo, por qué y para qué se hace lo que se hace y se piensa lo que se piensa. Es poner el conocimiento al servicio de la transformación
Un día cualquiera nos cruzamos en la calle. Un detalle del azar nos encontró en un abrir y cerrar de puerta. “¡Pablo! ¿Cómo andas?”. Los ojos chiquitos y chispeantes me miraron. No supe si me reconociste en nombre y seña pero tampoco me importó. “¿Cómo estas querida?”. “Bien, todo bien, y me alegro”, en genuino afecto del saludo de ocasión. Un abrazo, una sonrisa y me volviste a mirar. Me mirabas a mí y a muchos otros y otras, mirabas acá y más allá. Y en ese segundo, una vez más, nos enseñaba a mirar más lejos... siempre un poco más allá.
En los 75 aniversarios de la FEUU1, entre León Felipe, el Quijote y Carlos Quijano, nos advertías de los peligros de una universidad cuando deja de soñar y nos invitabas a rencontrar la belleza de los desafíos políticos que teníamos por delante. Buscar la belleza rebelde que traemos del sueño, la que está frente y detrás de nosotros, sobre y encima, buscarla y avanzar.
Te vamos a recordar, avanzando.
¡Salú Pablo!
Comentarios
Publicar un comentario