Fuente: National Geographic.
La construcción de presas en el río Mekong amenaza su aprovechamiento como fuente de pesca e irrigación.
Por Michelle Nijhuis, mayo de 2015
Pumee Boontom vive en el norte de Thailandia, pero en el televisor sintoniza la previsión meteorológica china. Una tormenta importante en el sur de China se traduce en una gran suelta de agua en las presas que el país vecino ha construido río arriba, lo que a su vez equivale a la más que probable inundación de su aldea. Las autoridades chinas deben advertir a los países por los que el río continúa su curso, pero a Boontom la experiencia le dice que esa advertencia suele llegar tarde, si es que llega.
«Cuando no había presas el agua subía y bajaba poco a poco, con las estaciones –dice–. Ahora lo hace de repente y sin que sepamos cuándo, a no ser que estemos pendientes de las tormentas.»
Boontom es el jefe de la aldea de Ban Pak Ing, un grupo de casas de bloques de hormigón y calles de tierra que se extienden, dispersas, desde la escarpada orilla oeste del Mekong hasta un templo budista, impecablemente bien cuidado. Hace 20 años Boontom se ganaba la vida pescando, como muchos de sus vecinos, pero a medida que China construía una, dos y hasta siete presas río arriba, los pocos centenares de habitantes de Ban Pak Ing asistieron a la transformación del río. Las fluctuaciones repentinas del nivel del agua interfieren en la migración y el desove de los peces. Aunque la aldea ha protegido las zonas de desove, ya no hay peces suficientes.
En los últimos años Boontom y muchos otros vecinos han ido vendiendo sus barcas de pesca y dedicándose al cultivo de maíz, tabaco y legumbres. Es un oficio inseguro, en el que no tienen experiencia, y además está el agravante de las frecuentes inundaciones.
Quizá Ban Pak Ing sea un adelanto del futuro que espera a muchas poblaciones de la cuenca del Mekong. En China se están construyendo otras cinco presas. Río abajo, en Laos y Camboya, se ha propuesto o iniciado ya la construcción de 11 grandes presas, las primeras del curso principal del bajo Mekong. Puesto que obstaculizarán la migración y el desove de los peces, se calcula que las nuevas presas pondrán en riesgo la fuente de alimentación de unos 60 millones de personas, la mayoría de las cuales vive en aldeas parecidas a Ban Pak Ing. La energía eléctrica generada por las presas del bajo Mekong se destinará en gran parte a las prósperas zonas urbanas de Thailandia y Vietnam. Kraisak Choonhavan, activista y exsenador tailandés, ve en ellas «un desastre de proporciones épicas».
Una de las presas proyectadas en Laos se ubicaría a solo 60 kilómetros río abajo de Ban Pak Ing. Su construcción pondría a la aldea entre la espada de los desbordamientos por el norte y la pared de un embalse creciente por el sur. Boontom no teme por sí mismo sino por la siguiente generación. «Imagínese cómo nos deja esto», dice. Aprieta una palma contra la otra.El río Mekong nace en la meseta del Tibet y discurre unos 4.200 kilómetros por territorio de China, Myanmar, Thailandia, Laos, Camboya y Vietnam antes de desembocar en el mar de la China Meridional. Es el río más largo del Sudeste Asiático, el séptimo de Asia y –lo más importante para quienes habitan en sus orillas– la pesquería continental más productiva del mundo. Los camboyanos y laosianos tienen el récord mundial de capturas de peces de agua dulce per cápita; en muchos puntos del Mekong, pescado es sinónimo de alimento. Las más de 500 especies conocidas de peces del Mekong han garantizado la subsistencia de millones de personas pese a las sequías, los diluvios y hasta los regímenes genocidas, como el del camboyano Pol Pot.
Pero las gargantas angostas y las cataratas rugientes del Mekong han sido siempre una tentación para los constructores de presas. En la década de 1960 Estados Unidos abogó por la construcción de una serie de presas hidroeléctricas en el bajo Mekong, confiando en que propiciarían el desarrollo económico de la región y atajarían el avance del comunismo en Vietnam. Aquellos planes se quedaron en un cajón, la región cayó en la espiral bélica y en los años noventa China, no el Sudeste Asiático, fue la primera en represar el curso principal del río.
Hoy en el Sudeste Asiático reina una paz relativa y las economías van, en general, viento en popa. Pero solo un tercio de los camboyanos y poco más de dos tercios de los laosianos tienen acceso a la electricidad, y esa energía suele tener un precio prohibitivo. El crecimiento económico y demográfico impondrá crecientes exigencias al suministro eléctrico: en 2013 un análisis de la Agencia Internacional de la Energía predecía que la demanda eléctrica de la región aumentaría un 80 % en los siguientes 20 años. Es evidente que la zona necesita más energía, y si el mundo pretende evitar los peores efectos del calentamiento global, esa energía deberá generar la menor cantidad posible de dióxido de carbono. El potencial hidroeléctrico del Mekong es más tentador que nunca.
En teoría la construcción de presas en el bajo Mekong está supervisada por la Comisión del Río Mekong (MRC). Financiada por agencias internacionales de desarrollo y por los cuatro países que la integran –Vietnam, Camboya, Thailandia y Laos–, la Comisión se cohesiona en virtud no de un tratado de obligado cumplimiento, sino de la concurrencia de intereses en el río y de la paz en la región.
China no es miembro pleno de la MRC; no está obligada explícitamente a consultar con sus vecinos lo que hace o deja de hacer en el alto Mekong. Las consecuencias de este arreglo quedaron en evidencia en 1995, cuando los países miembros de la MRC planeaban celebrar la firma de un acuerdo con una travesía: en ese momento el río estaba llenando el embalse de una nueva presa china, y aguas abajo no había calado suficiente para la navegación. Hubo que suspender el acto.
Más recientemente las 11 presas proyectadas en el curso principal a su paso por Laos y Camboya han minado el ya de por sí precario poder de la Comisión. En 2010 un estudio de impacto ambiental patrocinado por la MRC recomendó una moratoria de 10 años sobre la construcción de presas en el curso principal, alegando que podría tener efectos devastadores en el suministro de alimentos de la región y quizá causar «deterioros medioambientales irreversibles».Pero Laos, un país pobre y con una larga historia de aislamiento que hoy intenta atraer inversión extranjera, pretende convertirse en la «batería del Sudeste Asiático» vendiendo energía hidroeléctrica a Thailandia y otros vecinos, de modo que no se dejó disuadir ni por la MRC ni por Vietnam, su tradicional aliado. A finales de 2012, tras años de desmentidos, las autoridades laosianas reconocieron que la construcción de la presa de Xayaburi, en un tramo remoto del Mekong en el norte de Laos, ya estaba en marcha con financiación tailandesa.
La presa de Xayaburi tendrá 32 metros de alto y más de 800 de largo cuando esté construida, posiblemente este mismo año. En 2013 visité las obras; río arriba las márgenes eran un rosario de canteras que aportaban arena y grava para construir la presa y las carreteras de acceso. En la obra, las grúas se cernían sobre el río, mientras brigadas de obreros con casco manejaban explosivos para transformar las riberas escarpadas en suaves bancales que rellenarían con cemento.
En la pequeña población de la otra orilla los vecinos decían llevar tres años soportando explosiones continuas. Estaban preparándolo todo para trasladarse a un pueblo que acababan de construirles río arriba, y algunos se mostraban optimistas. Esperaban con impaciencia el momento de ocupar las viviendas nuevas y escapar de la sombra cada vez más alargada de la presa. Muchos confiaban en poder seguir pescando.
Hasta 2012 existía otra aldea justo aguas abajo de la presa. En 2013 los vecinos ya se estaban instalando en una cuadrícula de casas de bloques de hormigón y madera bien alejadas del cauce. Allí escaseaba el optimismo. Los realojados se quejaban de que el dinero y las tierras prometidas por la compañía hidroeléctrica como compensación por el reasentamiento eran insuficientes y tardaban en llegar. Muchos experimentaban la punzante, y desconocida para ellos, sensación de la economía monetaria. «En el pueblo antiguo no ganabas mucho dinero, pero podías comer el arroz que cultivabas –me dijo una joven madre de dos niños–. Aquí puedes ganar dinero todos los días, pero todos los días tienes que gastar más de lo que ganas.»
Por más que la presa de xayaburi perturbe la existencia de los habitantes de la zona, el mayor impacto quizá sea el precedente que sienta. Al construir la presa obviando las recomendaciones del estudio patrocinado por la MRC, Laos ha abierto la puerta al resto de la cascada de presas propuestas, algunas de las cuales entrañan riesgos mucho más alarmantes para el Mekong.
El corazón de la pesquería del Mekong está en Camboya, donde el lago Tonle Sap se comunica con el curso principal del río como un pulmón a la tráquea. El lago crece durante la estación lluviosa y mengua en la seca, y en su mejor momento se antoja tan vasto como un océano.
Las aguas turbias y las corrientes cambiantes del Tonle Sap crean una piscifactoría natural en la que se crían pececillos de apenas un dedo de largo, siluros gigantes de casi 300 kilos y cientos de especies de tamaño intermedio. Esta abundancia es el sustento de una pequeña nación de «aldeas flotantes», grupos de embarcaciones ancladas a modo de vivienda a orillas del lago.
Más de cien especies de peces que desovan en el Tonle Sap remontan largos tramos del río; algunos incluso llegan a Laos. La presa de Xayaburi, a unos 900 kilómetros río arriba, quizás esté demasiado distante para afectarles directamente, pero otros proyectos están mucho más cerca. Justo al norte de la frontera entre Camboya y Laos empezarán las obras de otra represa en el curso principal del Mekong, la de Don Sahong. Aunque bloqueará un solo canal del río trenzado, sin duda alguna interferirá en la migración de los peces y agravará la presión sobre el hábitat del delfín del Irawadi, cuya población en el Mekong no alcanza el centenar de individuos.
Un peligro aún mayor para la pesquería acecha en el norte de Camboya, en un afluente del Mekong llamado Tonle San (o río Sesan). El Sesan nace en Vietnam y entronca con el Mekong unos 50 kilómetros más abajo de la presa de Don Sahong. Es sabido que constituye una ruta migratoria clave para decenas de especies de peces, muchas de ellas imprescindibles para la población local. Pues bien, a 24 kilómetros al este de la confluencia se está construyendo la presa Bajo Sesan 2, que cortará la conexión del Sesan con el Mekong.
Vern Houy es una aldea situada un poco más arriba de la presa Bajo Sesan 2. Solo es accesible por vía fluvial, y la mayoría de los vecinos han nacido allí. Cuando pregunté a un grupo de mujeres qué significará la presa para ellas, me contestaron: «Nuestra muerte». Pregunté a mi intérprete, un joven periodista de Phnom Penh, si lo decían en sentido literal. «Es un temor real –respondió–. De verdad creen que van a morir.» La suya es la única existencia que conocen; no conciben ninguna otra. El embalse anegará su aldea con tanta frecuencia que será inhabitable.
En la casa del jefe de la aldea, una habitación construida sobre pilotes y cerrada con esteras vegetales, se había reunido un grupo de hombres. El segundo de la aldea, In Pong, explicaba que con ayuda de una organización regional, la Red de Protección Fluvial 3S, los vecinos de Vern Houy se habían unido a las poblaciones vecinas para protestar contra la presa, remitiendo escritos al Parlamento camboyano y viajando a la capital para presentar su caso (hasta entonces en vano). «Yo no querría mudarme a ningún sitio, y menos a la ciudad –añadió Pong–. No sé qué haré.»
Loek Soleang, un maestro de la aldea, ponía el contrapunto. «A mí no me preocupa –dijo–. La electricidad nos vendrá bien. Necesitamos el desarrollo. Si inundan esta zona, nos mudamos a un lugar más alto y listo.»
Los demás hombres no le llevaron la contraria; se limitaban a mirar su propio regazo en silencio. Pong dio una calada al cigarrillo.
Loek Soleang tenía razón en una cosa: las gentes de la cuenca del Mekong necesitan más electricidad. A Vern Houy no llega ni un poco. En la aldea de O Svay, más abajo de la presa de Don Sahong, hay generadores diésel sucios y ruidosos, pero solo están al alcance de los más pudientes. En O Svay, como en buena parte del Sudeste Asiático rural, solo los niños más afortunados pueden terminar los deberes a la luz de una lámpara eléctrica.
Las autoridades de Laos y de Camboya afirman que las presas pueden beneficiar a los pobres de sus respectivos países al hacer la electricidad más barata y más accesible. Aunque Camboya se opone a las presas que construye Laos en el curso principal, río arriba, alaba la de Bajo Sesan 2 y otros proyectos en los afluentes. «Con electricidad, existen modos de ganarse la vida mejores que la pesca –asegura Touch Seang Tana, presidente de una comisión camboyana que trabajaba por la conservación del delfín del Mekong y el desarrollo económico–. Las presas permitirán al pueblo dejar atrás la subsistencia.»
Las presas proyectadas en Camboya y Laos generarían mucha más energía que la que se demanda en sus países, pero no universalizarían el suministro en ninguno de los dos. El 90% de la electricidad generada por las presas del curso principal del río se vendería a Thailandia y Vietnam, y la mayor parte de los beneficios de esa venta recaería en las empresas constructoras, no en la población pobre que vive en la cuenca. El estudio encargado en 2010 por la MRC predecía que el deterioro de la pesca causado por los proyectos depauperaría aún más la región.
Según algunas voces oficiales, la acuicultura y la producción de arroz pueden compensar eventuales mermas alimentarias, pero los expertos en pesca lo niegan rotundamente. Los efectos de las presas sobre la pesquería del Mekong, dicen, serían acumulativos, inexorables y catastróficos. En otros ríos de la región las capturas cayeron entre un 30 y un 90 % una vez edificadas las presas. Y si bien es cierto que la acuicultura ya está generalizada en el Mekong, los peces cultivados se alimentan con pececillos silvestres del río. Sustituirlos por piensos industriales sería prohibitivo para la mayoría de los acuicultores. Como los laosianos obligados a reubicarse por la presa de Xayaburi, muchos de los que dependen de la pesca y de la acuicultura a pequeña escala se verán seguramente arrastrados a la economía monetaria sin el capital ni los conocimientos necesarios para salir con bien del cambio.
El Mekong no es la única fuente de energía limpia de la región. Las 11 presas proyectadas en el bajo Mekong satisfarían aproximadamente entre el 6 y el 8 % de la demanda eléctrica del Sudeste Asiático hacia 2025, y los análisis revelan que las medidas en pro de la eficiencia y la inversión en tecnología solar y otras tecnologías más limpias, como la cogeneración, podrían producir tanta o más energía a menor coste. Pero en el Sudeste Asiático esas alternativas están en pañales. Para los Gobiernos de Camboya y de Laos, la energía hidroeléctrica es más conocida y accesible, y más valiosa como bien exportable.
¿Es posible aprovechar la potencia del Mekong sin dejar de proteger su abundancia? En 2012 un estudio del equipo del ecólogo de Princeton Guy Ziv analizó 27 proyectos de presas en los afluentes del río, comparando la energía que en teoría generaría cada una con el daño que probablemente causaría a la pesca. Hallaron grandes diferencias en el coste ecológico de los distintos proyectos. La presa Bajo Sesan 2 era, de largo, la más perjudicial: ella sola reduciría más de un 9 % la biomasa de peces de la cuenca baja. En cambio, unas cuantas presas cuidadosamente ubicadas en otros puntos podrían generar volúmenes importantes de energía a cambio de daños mínimos en las fuentes de alimento.
Una planificación en esta línea, sin embargo, exigiría un esfuerzo de coordinación entre los países que atraviesa el Mekong y sus inversores, y la coordinación es precisamente el factor que falta en la desordenada carrera por represar el Mekong. «Para implantar un desarrollo hídrico en condiciones, hay que considerar la cuenca entera –dice Brian Richter, hidrólogo de Nature Conservancy–. En cierto sentido conviene concebir el Mekong como un tablero de juego en el que debemos decidir si ponemos una presa aquí, y no allá, para así mantener la funcionalidad ecológica de toda la cuenca fluvial. Y ese es un objetivo muy difícil de cumplir en el Mekong.»
A más de 1.600 kilómetros río abajo de las presas chinas, el entramado infinito de marismas, canales y pólderes del delta del Mekong se extiende hasta el mar de la China Meridional.
Casi en el centro del delta, en la ciudad comercial de Can Tho, el ecólogo especialista en humedales Nguyen Huu Thien se planta en la orilla y señala el desfile de motocicletas, conducidas casi todas por jóvenes vietnamitas. «¿Cuántos de estos chicos saben algo de las presas? –pregunta–. Pocos tienen alguna idea de lo que se avecina.»
Nguyen se crió en el delta en la década de 1970 y, como muchos otros niños de entonces, se bañaba a menudo en los canales y en los campos inundados. A diferencia de sus hermanos, pudo acceder a la universidad y llegó a estudiar biología de la conservación en la Universidad de Wisconsin. «Allí aprendí la teoría, pero el delta del Mekong es único –dice–. Lo que sé sobre él tuve que aprenderlo aquí, en el delta.»
La mezcla de agua salada y dulce del delta, sumada a siglos de intervenciones humanas para controlarlo, han dado lugar a un complejo paisaje artificial que demasiadas veces se considera erróneamente una realidad independiente del resto del Mekong. En 2009 Nguyen trabajaba en la restauración de humedales cuando solicitaron su participación en el estudio que preparaba la MRC sobre las presas que Laos y Camboya pretendían construir en el curso principal del río. Pronto tuvo claro que las presas condenarían sus denodados esfuerzos por restaurar el delta.
El equilibrio de agua marina y fluvial está cambiando. Las recientes sequías han debilitado el río y propiciado la intrusión de agua marina en zonas a las que no debería llegar, lo que se traduce en graves problemas para los agricultores. Las presas proyectadas río arriba convertirían en embalses más de la mitad del bajo Mekong, con lo cual el curso quedaría totalmente alterado. Esos embalses atraparían buena parte del sedimento rico en nutrientes que hoy fertiliza los campos del delta y alimenta a los peces en todo el sistema del Mekong, que va más allá del río en sí. Las embarcaciones que pescan en la riquísima pluma de agua dulce que se interna en el mar de la China Meridional capturan más de medio millón de toneladas de pescado al año.
Nguyen ve en el delta los límites del ingenio humano: aunque los canales y pólderes han multiplicado la producción de arroz, a la hora de la verdad no tienen nada que hacer frente al mar. «Conforme cambia el clima, lo que Dios tenga a bien hacer será siempre más fuerte que nada de lo que intentemos nosotros –dice–. El sistema natural es siempre más fuerte.»
Nguyen está trabajando en otros informes sobre las presas, pero no cree que esos estudios den mejor resultado que los anteriores. A veces habla de las presas a sus hermanos mayores, quienes han retomado el cultivo de las tierras de la familia. Se limitan a encogerse de hombros y a exclamar: «Qué le vamos a hacer». Nguyen empieza a pensar como ellos. «Ya se verá –dice–. Habrá que esperar a ver qué nos depara el futuro.»
Una fría tarde de finales de enero de 2013 varias decenas de activistas de la zona se congregaron cerca de la orilla del Mekong, concretamente en un pueblo del norte de Thailandia llamado Ban Huay Luek. Acababan de completar una caminata de 124 kilómetros por la margen del río, una protesta destinada a llamar la atención del público sobre las presas previstas río abajo. Dirigidos por un grupo de monjes budistas y acompañados por un séquito rotatorio de agricultores, políticos municipales y mochileros extranjeros, muchos de aquellos caminantes habían pasado casi 15 días en el camino, acampando en los patios de escuelas y de templos. «Hemos hecho todo lo imaginable –declaraba Somkiat Khuenchiangsa, profesor de instituto y uno de los organizadores de la marcha–. Hemos investigado sobre las presas, hemos remitido escritos, hemos organizado marchas, hemos protestado una y otra vez.»
Esa noche, mientras descansaban, los caminantes escucharon los discursos de los parlamentarios visitantes. Se hizo el silencio cuando el activista Kraisak Choonhavan subió al escenario improvisado. Thailandia, a diferencia de los países vecinos, tiene tradición en organizaciones ciudadanas y protestas populares. Choonhavan recordó a la audiencia que años atrás, cuando el Gobierno chino volaba los rápidos del río para abrir al tráfico fluvial un tramo del Mekong, un grupo de manifestantes del norte de Thailandia había impedido rematar las obras. Algunos veteranos de aquella lucha estaban entre el público. «Sin vosotros lo habrían volado todo –afirmó Choonhavan–. Así que ahora tenéis que levantaros y volver a usar ese poder.»
Sus palabras no eran huecas: Thailandia verdaderamente tiene voz y voto en la construcción de presas sobre el curso principal. Buena parte de la electricidad que producirían esas presas se destinaría a servicios públicos tailandeses, cuyos contratos de suministro exigen la aprobación del Gobierno de Thailandia. La oposición pública podría persuadirlo para que exija la reforma o incluso la retirada de los proyectos de construcción de presas. Después de la marcha, un grupo de 37 vecinos, entre los que estaban algunos de los caminantes, llevaron el Gobierno a los tribunales. El verano pasado un juzgado nacional admitió el caso a trámite. Seguramente es demasiado tarde, así y todo, para parar la presa de Xayaburi. En los próximos meses se espera que toque ambas orillas, bloqueando por vez primera el curso principal del bajo Mekong.
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