Fuente: El Espectador.
Por: Santiago Gamboa
Por: Santiago Gamboa
Acabo de pasar una semana en Caracas y mi conclusión no puede ser otra: a juzgar por su capital, la Venezuela de hoy es un Estado completamente fallido, a la deriva, con una población inerme a la espera de que las elecciones del seis de diciembre permitan refundar el país sobre un esquema diferente al actual, que es el de la improvisación, la corrupción y la incompetencia.
Un rápido análisis de algunos temas sensibles muestra el calvario que padecen los caraqueños, sobre todo las clases menos pudientes. El principal es el delirante salario mínimo de $9.648 bolívares cuando la canasta familiar está calculada en 110.116 bolívares mensuales. Ese sueldo, al cambio no oficial, equivale a 11 dólares, y condena al trabajador a vivir exclusivamente de los artículos subsidiados, a filas de tres y cuatro horas, al desabastecimiento, a lo que haya el día en que, por terminación de cédula, se tiene derecho a comprar. Falta papel higiénico, champú. El desodorante es una utopía. Todo se consigue, sí, pero a precio no subsidiado. Lo mismo pasa con las medicinas, los artículos para la casa, los repuestos para el carro, etc. La educación, que fue uno de los logros del Gobierno, se opaca y deteriora al saber que un profesor universitario gana 24.000 bolívares al mes (equivalente a 96.000 pesos colombianos).
La seguridad es otra de las tragedias. Un informe registró 984 asesinatos en Caracas el pasado mes de octubre. Y más del 90% quedarán impunes. ¿Cómo salir a la calle en estas circunstancias? Al hacerlo es evidente el caos: la mayoría de los taxis son improvisados, sin licencia ni número de registro. Por doquier se ven motociclistas sin casco, circulando sin placas. Las señales de tráfico parecen decoración prenavideña, pocos las respetan. ¿Necesito devolverme en reversa por el carril de la autopista? ¡Ningún problema!
En Maiquetía dan ganas de llorar. El país más rico de Sudamérica tiene un aeropuerto que parece una terminal de buses: los baños huelen a diablos y están tapados, hay goteras, la electricidad se va y no funciona el aire acondicionado; la mayoría de las ventanillas de inmigración están vacías, hay pocos funcionarios y una cola monstruosa para el control de seguridad y sellar el pasaporte. En la puerta de embarque hacia Bogotá dice “Miami”. Lo señalo a un funcionario y este se alza de hombros. “Es que se fue la luz y quedó así”, me dice.
Las elecciones serán de fuego. Caracas está forrada de vallas políticas a favor del Gobierno, igual que la televisión y la mayoría de los periódicos. Maduro hace descarada propaganda electoral y amenaza con no respetar los resultados si pierden. El crimen de Luis Manuel Díaz y el acoso a los opositores, empezando por la esposa de Leopoldo López, ya da es miedo. Ni siquiera se intenta disimular. Y López, cuyo partido lidera las encuestas, sigue incomunicado y sentenciado a 13 años tras un juicio como de “El Chavo del 8”, pero sin risas pregrabadas. El tarjetón está diseñado para que la gente que busque algún partido de oposición se equivoque. Son tan obvios los abusos, la intención de hacer trampa y las amenazas que me recuerda las elecciones de Zimbabue en 2013. Pero a pesar de todo Maduro va a perder, y lo sabe. Y será el principio del cambio.
Un rápido análisis de algunos temas sensibles muestra el calvario que padecen los caraqueños, sobre todo las clases menos pudientes. El principal es el delirante salario mínimo de $9.648 bolívares cuando la canasta familiar está calculada en 110.116 bolívares mensuales. Ese sueldo, al cambio no oficial, equivale a 11 dólares, y condena al trabajador a vivir exclusivamente de los artículos subsidiados, a filas de tres y cuatro horas, al desabastecimiento, a lo que haya el día en que, por terminación de cédula, se tiene derecho a comprar. Falta papel higiénico, champú. El desodorante es una utopía. Todo se consigue, sí, pero a precio no subsidiado. Lo mismo pasa con las medicinas, los artículos para la casa, los repuestos para el carro, etc. La educación, que fue uno de los logros del Gobierno, se opaca y deteriora al saber que un profesor universitario gana 24.000 bolívares al mes (equivalente a 96.000 pesos colombianos).
La seguridad es otra de las tragedias. Un informe registró 984 asesinatos en Caracas el pasado mes de octubre. Y más del 90% quedarán impunes. ¿Cómo salir a la calle en estas circunstancias? Al hacerlo es evidente el caos: la mayoría de los taxis son improvisados, sin licencia ni número de registro. Por doquier se ven motociclistas sin casco, circulando sin placas. Las señales de tráfico parecen decoración prenavideña, pocos las respetan. ¿Necesito devolverme en reversa por el carril de la autopista? ¡Ningún problema!
En Maiquetía dan ganas de llorar. El país más rico de Sudamérica tiene un aeropuerto que parece una terminal de buses: los baños huelen a diablos y están tapados, hay goteras, la electricidad se va y no funciona el aire acondicionado; la mayoría de las ventanillas de inmigración están vacías, hay pocos funcionarios y una cola monstruosa para el control de seguridad y sellar el pasaporte. En la puerta de embarque hacia Bogotá dice “Miami”. Lo señalo a un funcionario y este se alza de hombros. “Es que se fue la luz y quedó así”, me dice.
Las elecciones serán de fuego. Caracas está forrada de vallas políticas a favor del Gobierno, igual que la televisión y la mayoría de los periódicos. Maduro hace descarada propaganda electoral y amenaza con no respetar los resultados si pierden. El crimen de Luis Manuel Díaz y el acoso a los opositores, empezando por la esposa de Leopoldo López, ya da es miedo. Ni siquiera se intenta disimular. Y López, cuyo partido lidera las encuestas, sigue incomunicado y sentenciado a 13 años tras un juicio como de “El Chavo del 8”, pero sin risas pregrabadas. El tarjetón está diseñado para que la gente que busque algún partido de oposición se equivoque. Son tan obvios los abusos, la intención de hacer trampa y las amenazas que me recuerda las elecciones de Zimbabue en 2013. Pero a pesar de todo Maduro va a perder, y lo sabe. Y será el principio del cambio.
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