Fuente: politicaexterior.com
Por orden de llegada y alfabético, Barack Obama recibe esta semana dos visitas que superan el carácter oficial-protocolario: el Papa Francisco y Xi Jinping. El viaje del presidente chino llega tan cargado de tensión que no parece casual que comience hoy en la costa del Pacífico, en Seattle, antes de acercarse a Washington y terminar en Nueva York, con la intervención de Xi el 28 septiembre en la Asamblea General de la ONU.
Es el primer viaje de Estado de Xi Jinping a EE UU. Un viaje de negocios y diplomacia, con los primeros en mejor situación que la segunda. Y con la conciencia por ambas partes de que la relación China-EE UU es vertebral para la estabilidad global. Pese a la inevitable competición económica y rivalidad política, el mundo necesita que chinos y estadounidenses cooperen en las muchas áreas en que comparten intereses. Otra cosa son las diferentes políticas que Pekín y Washington proponen para el defenderlos.
El asunto más importante que Obama y Xi deberán abordar en su reunión el 25 de septiembre es el estado de la economía mundial. Para Douglas H. Paal, el viaje se consideraría un éxito si los presidentes logran transmitir un mensaje de calma tras los recientes sobresaltos de las bolsas mundiales en respuesta a las decisiones monetarias de Pekín. El mantenimiento de tipos de interés anunciado por la Fed el 17 de septiembre es una señal de la preocupación por el rumbo de la economía mundial, específicamente por la evolución de China.
“Mr. Xi llega a EE UU con el viento económico en contra y crecientes dudas sobre su forma de gobernar, en contraste con la imagen de solidez y control que proyectaba el líder chino cuando recibió al presidente Obama el año pasado”, afirma el New York Times. Incluso hay análisis que cuestionan el tipo de liderazgo que ejerce Xi y la viabilidad de su proyecto económico.
El gran interés común para China y EE UU es, sin duda, la prosperidad económica global. Las economías de los dos países nunca habían estado tan integradas como ahora. “El comercio bilateral alcanza los 600.000 millones de dólares anuales y la inversión total china en EE UU es de 54.000 millones, con mucho espacio todavía para crecer”, destaca Evan Feigenbaum, vicepresidente del Instituto Paulson, encargado de organizar la conferencia de Xi Jinping en EE UU, a la que asistirán directivos de las grandes compañías y líderes del sector tecnológico estadounidense.
La tecnología ocupa un lugar central en el viaje del presidente chino. Precisamente en Seattle se celebra esta semana el Foro EE UU-China sobre la industria de Internet (USCIIF, en inglés). Junto a Xi estará el responsable del gobierno chino de ciberseguridad y política de Internet, Lu Wei, así como los presidentes de Baidu y Alibaba, Robil Li y Jack Ma, respectivamente. Pese a que Windows 8 fue prohibido en China, acusado de ser una herramienta del gobierno de EE UU para robar datos privados de empresas y ciudadanos chinos, el cofundador de Microsoft, Bill Gates, ha organizado un encuentro entre los chinos y los responsables de compañías tecnológicas como Apple, IBM, Cisco, Google y Uber, entre otras. Aún no ha confirmado su asistencia, Mark Zuckerberg, creador de Facebook. La red social está prohibida en China, pero Zuckerberg es un declarado aprendiz de mandarín. Muchas empresas estadounidenses están emitiendo señales sobre su disposición a aceptar algunas concesiones para entrar en el mercado chino, ya sea a través de transferencia de tecnología o medidas claramente destinadas a censurar contenidos. Es el caso de Google, que se fue de China en 2010 tras sufrir un sofisticado ataque informático y diversas acciones de censura por parte el gobierno chino. Ahora quiere regresar con una versión en chino (y censurada) de su tienda de aplicaciones, Google Play. En cuanto a Apple, las ventas del IPhone en China han crecido un 75% en el último año.
Como señala el Financial Times, el sector empresarial de EE UU se encuentra desde hace una década “en medio de la creciente rivalidad entre las dos economías más grandes del mundo”, sobre todo en el sector tecnológico, donde las empresas se ven presionadas por sus respectivos gobiernos en diferentes direcciones, y son actores de primer orden en las cuestiones de ciberseguridad.
La confianza mutua entre Washington y Pekín está minada por los ciberataques a empresas, instituciones públicas y a ciudadanos. La ciberseguridad no solo está en el centro de las preocupaciones de las empresas estadounidenses, sino en la creación de las bases para cualquier cooperación bilateral productiva. El gobierno de EE UU ha anunciado que impondrá sanciones en la compañías chinas acusadas de haber cometido ciberdelitos y robar información industrial y comercial. En 2014 el departamento de Justicia de EE UU imputó a cinco miembros del Ejército Popular de Liberación por ciberespionaje a compañías como Westinghouse y US Steel. El asunto ha cobrado tal importancia que la consejera de Seguridad Nacional, Susan Rice, acusó públicamente a China de “ciberespionaje económico patrocinado por el Estado”, señalando que este asunto determinará “el futuro de los vínculos entre EEUU-China”.
Frente a estas acusaciones están las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje masivo por parte de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en inglés) tanto a particulares como a empresas y gobiernos de todo el mundo. Algunos analistas y políticos esperan que en la rueda de prensa conjunta de Xi y Obama el 25 de septiembre anuncien algún progreso al respecto. Por ejemplo, un acuerdo sobre el ciberespacio en lo relativo a la protección de infraestructuras críticas. Lo relativo a la propiedad intelectual e industrial está todavía lejos de abordarse y forma parte de los planes de China para buscar la “autosuficiencia” tecnológica.
Para Zhang Chuanjie, del Carnegie-Tsinghua, el objetivo es que “China como potencia emergente y EE UU como poder establecido se comprometan a evitar grandes conflictos”. Los desacuerdos entre los dos países afectan profundamente los equilibrios regionales y relaciones internacionales en su conjunto: ya sea en Oriente Próximo, Rusia, en materia de proliferación, en comercio, el gobierno de Internet o medio ambiente. Ambas potencias deben ser responsables de su relación bilateral porque tiene consecuencias mundiales.
Las posibilidades para la cooperación se han visto en el acuerdo nuclear con Irán, donde la colaboración china ha sido fundamental. También hay altas expectativas ante la próxima cumbre del clima de París en diciembre. Pekín y Washington llegarán a la cita con un compromiso previo de recorte de emisiones. Otros ámbitos de interés común son la lucha contra el terrorismo, la estabilidad en Afganistán y mantener a Corea del Norte bajo control. Claro que en todos estos ámbitos hay desacuerdos en la manera de priorizarlos y gestionarlos.
El obstáculo de la relación bilateral, señalan muchos expertos, es que EE UU y China tienen conceptos contrapuestos de seguridad en la región de Asia, y diferentes interpretaciones de términos como estabilidad, seguridad, paz y, sobre todo, derechos humanos. Ambos países perciben que las políticas del otro minan los intereses compartidos. En el Pacífico sur, por ejemplo, China sospecha que EE UU quiere mantener una política de contención de Pekín, mientras que Washington ve claras las intenciones chinas de expulsarle de la región. El reto es modificar las percepciones mutuas y convertir intereses comunes abstractos en políticas concretas que los defiendan.
La prosperidad mundial y la paz global dependen sobre todo de EE UU y China. Obama y Xi lo saben, de ahí que la visita del presidente chino reciba la máxima atención. La base de esa relación está en lograr que la cooperación económica sea lo suficientemente sólida para neutralizar la inevitable competición en asuntos de seguridad. El objetivo a largo plazo será lograr que economía y seguridad vayan en paralelo y, sobre todo, evitar que Washington y Pekín caigan en la “trampa de Tucídides” y los lleve a un conflicto que, según Graham Allison, presenta de antemano todas las condiciones para darse.
Por orden de llegada y alfabético, Barack Obama recibe esta semana dos visitas que superan el carácter oficial-protocolario: el Papa Francisco y Xi Jinping. El viaje del presidente chino llega tan cargado de tensión que no parece casual que comience hoy en la costa del Pacífico, en Seattle, antes de acercarse a Washington y terminar en Nueva York, con la intervención de Xi el 28 septiembre en la Asamblea General de la ONU.
Es el primer viaje de Estado de Xi Jinping a EE UU. Un viaje de negocios y diplomacia, con los primeros en mejor situación que la segunda. Y con la conciencia por ambas partes de que la relación China-EE UU es vertebral para la estabilidad global. Pese a la inevitable competición económica y rivalidad política, el mundo necesita que chinos y estadounidenses cooperen en las muchas áreas en que comparten intereses. Otra cosa son las diferentes políticas que Pekín y Washington proponen para el defenderlos.
El asunto más importante que Obama y Xi deberán abordar en su reunión el 25 de septiembre es el estado de la economía mundial. Para Douglas H. Paal, el viaje se consideraría un éxito si los presidentes logran transmitir un mensaje de calma tras los recientes sobresaltos de las bolsas mundiales en respuesta a las decisiones monetarias de Pekín. El mantenimiento de tipos de interés anunciado por la Fed el 17 de septiembre es una señal de la preocupación por el rumbo de la economía mundial, específicamente por la evolución de China.
“Mr. Xi llega a EE UU con el viento económico en contra y crecientes dudas sobre su forma de gobernar, en contraste con la imagen de solidez y control que proyectaba el líder chino cuando recibió al presidente Obama el año pasado”, afirma el New York Times. Incluso hay análisis que cuestionan el tipo de liderazgo que ejerce Xi y la viabilidad de su proyecto económico.
El gran interés común para China y EE UU es, sin duda, la prosperidad económica global. Las economías de los dos países nunca habían estado tan integradas como ahora. “El comercio bilateral alcanza los 600.000 millones de dólares anuales y la inversión total china en EE UU es de 54.000 millones, con mucho espacio todavía para crecer”, destaca Evan Feigenbaum, vicepresidente del Instituto Paulson, encargado de organizar la conferencia de Xi Jinping en EE UU, a la que asistirán directivos de las grandes compañías y líderes del sector tecnológico estadounidense.
La tecnología ocupa un lugar central en el viaje del presidente chino. Precisamente en Seattle se celebra esta semana el Foro EE UU-China sobre la industria de Internet (USCIIF, en inglés). Junto a Xi estará el responsable del gobierno chino de ciberseguridad y política de Internet, Lu Wei, así como los presidentes de Baidu y Alibaba, Robil Li y Jack Ma, respectivamente. Pese a que Windows 8 fue prohibido en China, acusado de ser una herramienta del gobierno de EE UU para robar datos privados de empresas y ciudadanos chinos, el cofundador de Microsoft, Bill Gates, ha organizado un encuentro entre los chinos y los responsables de compañías tecnológicas como Apple, IBM, Cisco, Google y Uber, entre otras. Aún no ha confirmado su asistencia, Mark Zuckerberg, creador de Facebook. La red social está prohibida en China, pero Zuckerberg es un declarado aprendiz de mandarín. Muchas empresas estadounidenses están emitiendo señales sobre su disposición a aceptar algunas concesiones para entrar en el mercado chino, ya sea a través de transferencia de tecnología o medidas claramente destinadas a censurar contenidos. Es el caso de Google, que se fue de China en 2010 tras sufrir un sofisticado ataque informático y diversas acciones de censura por parte el gobierno chino. Ahora quiere regresar con una versión en chino (y censurada) de su tienda de aplicaciones, Google Play. En cuanto a Apple, las ventas del IPhone en China han crecido un 75% en el último año.
Como señala el Financial Times, el sector empresarial de EE UU se encuentra desde hace una década “en medio de la creciente rivalidad entre las dos economías más grandes del mundo”, sobre todo en el sector tecnológico, donde las empresas se ven presionadas por sus respectivos gobiernos en diferentes direcciones, y son actores de primer orden en las cuestiones de ciberseguridad.
La confianza mutua entre Washington y Pekín está minada por los ciberataques a empresas, instituciones públicas y a ciudadanos. La ciberseguridad no solo está en el centro de las preocupaciones de las empresas estadounidenses, sino en la creación de las bases para cualquier cooperación bilateral productiva. El gobierno de EE UU ha anunciado que impondrá sanciones en la compañías chinas acusadas de haber cometido ciberdelitos y robar información industrial y comercial. En 2014 el departamento de Justicia de EE UU imputó a cinco miembros del Ejército Popular de Liberación por ciberespionaje a compañías como Westinghouse y US Steel. El asunto ha cobrado tal importancia que la consejera de Seguridad Nacional, Susan Rice, acusó públicamente a China de “ciberespionaje económico patrocinado por el Estado”, señalando que este asunto determinará “el futuro de los vínculos entre EEUU-China”.
Frente a estas acusaciones están las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje masivo por parte de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en inglés) tanto a particulares como a empresas y gobiernos de todo el mundo. Algunos analistas y políticos esperan que en la rueda de prensa conjunta de Xi y Obama el 25 de septiembre anuncien algún progreso al respecto. Por ejemplo, un acuerdo sobre el ciberespacio en lo relativo a la protección de infraestructuras críticas. Lo relativo a la propiedad intelectual e industrial está todavía lejos de abordarse y forma parte de los planes de China para buscar la “autosuficiencia” tecnológica.
Para Zhang Chuanjie, del Carnegie-Tsinghua, el objetivo es que “China como potencia emergente y EE UU como poder establecido se comprometan a evitar grandes conflictos”. Los desacuerdos entre los dos países afectan profundamente los equilibrios regionales y relaciones internacionales en su conjunto: ya sea en Oriente Próximo, Rusia, en materia de proliferación, en comercio, el gobierno de Internet o medio ambiente. Ambas potencias deben ser responsables de su relación bilateral porque tiene consecuencias mundiales.
Las posibilidades para la cooperación se han visto en el acuerdo nuclear con Irán, donde la colaboración china ha sido fundamental. También hay altas expectativas ante la próxima cumbre del clima de París en diciembre. Pekín y Washington llegarán a la cita con un compromiso previo de recorte de emisiones. Otros ámbitos de interés común son la lucha contra el terrorismo, la estabilidad en Afganistán y mantener a Corea del Norte bajo control. Claro que en todos estos ámbitos hay desacuerdos en la manera de priorizarlos y gestionarlos.
El obstáculo de la relación bilateral, señalan muchos expertos, es que EE UU y China tienen conceptos contrapuestos de seguridad en la región de Asia, y diferentes interpretaciones de términos como estabilidad, seguridad, paz y, sobre todo, derechos humanos. Ambos países perciben que las políticas del otro minan los intereses compartidos. En el Pacífico sur, por ejemplo, China sospecha que EE UU quiere mantener una política de contención de Pekín, mientras que Washington ve claras las intenciones chinas de expulsarle de la región. El reto es modificar las percepciones mutuas y convertir intereses comunes abstractos en políticas concretas que los defiendan.
La prosperidad mundial y la paz global dependen sobre todo de EE UU y China. Obama y Xi lo saben, de ahí que la visita del presidente chino reciba la máxima atención. La base de esa relación está en lograr que la cooperación económica sea lo suficientemente sólida para neutralizar la inevitable competición en asuntos de seguridad. El objetivo a largo plazo será lograr que economía y seguridad vayan en paralelo y, sobre todo, evitar que Washington y Pekín caigan en la “trampa de Tucídides” y los lleve a un conflicto que, según Graham Allison, presenta de antemano todas las condiciones para darse.
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